Los niños son significativamente más propensos a tener fiebre que los adultos. La fiebre puede presentarse incluso con pequeñas irregularidades en la salud y sirve como un mecanismo de defensa del cuerpo contra las infecciones.
No es una enfermedad en sí misma, sino una reacción natural en la que el cuerpo moviliza sus defensas para combatir los agentes patógenos. Una temperatura elevada en los niños suele estar entre 36,5 y 37,5 grados Celsius. Se considera que hay fiebre cuando la temperatura es ligeramente inferior a 38 grados, fiebre a partir de 38 grados y fiebre alta por encima de 39 grados. Medir la fiebre mediante el recto es el método más preciso, especialmente en niños menores de tres años. Los termómetros de oído y frente proporcionan valores confiables, mientras que los parches sensibles al calor pueden ser inexactos.
El ejercicio físico, el estrés emocional y la temperatura ambiente pueden influir en la temperatura corporal. En caso de fiebre, se debe medir y registrar la temperatura regularmente, especialmente en niños menores de cinco años.
Las medidas para reducir la fiebre son necesarias solo cuando la temperatura supera los 38,5 grados, ya que la fiebre alta puede sobrecargar el organismo. Es importante que un niño con fiebre ingiera suficiente líquido, ya que pierde más líquido debido a la alta temperatura. Compresas con agua tibia en las pantorrillas y los brazos o una toalla húmeda en la frente pueden ayudar a reducir la temperatura sin necesidad de medicamentos. En caso necesario, también se pueden utilizar remedios homeopáticos o medicamentos clásicos para la fiebre como el paracetamol o el ibuprofeno, evitando el uso de aspirina en la infancia y la adolescencia.
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